En general, la gente me toma por una chica dura y fría. Pero en el fondo soy de lo más sensible. Y no voy a mentir: me encanta llorar. Aunque sea por una tontería, porque cuando te calmas te quedas más tranquila. Sacas fuera un poco de esa tensión, nervios, tristeza o alegría que llevabas dentro. Y con esto de irse diez meses a Canadá, pues las despedidas abundadn. Unas no son muy emotivas pero otras... otras son de las que duelen. Sabes que no es tanto tiempo, que puedes seguir hablando. Pero no vas a tener sus abrazos, besos, sonrisas cómplices, miradas... A mí, que sigo emocionándome con la muerte de Mufasa en El Rey León, no os podéis imaginar lo que lloro al decir adiós (con sabor de "hasta pronto"). Aunque aquí me queda una semana, ya hay personas que llevo sin ver un mes. Y a ellas, en lugar de diez meses, serán once sin verlas. Y no lo quiero pintar tampoco tan triste, porque va a ser una experiencia genial. Que voy por voluntad propio, que yo acepté esa beca...
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