Mucho avance sí, ¿y qué?
Hace unos meses, fui al hospital por unas pruebas de la alergia.
Era por la mañana y en la sala de espera abundaban abueletes. Siempre me llevo algunos apuntes para ir estudiando o esperar que mediante ósmosis pasen los conocimientos a mi, aunque siempre acabo estudiando a la gente de alrededor. Pues, en ello estaba cuando entró un señor mayor de esos que me "dan mucha ternura", que se te encoge el corazón al verlos.
Tenía la cara morena, con manchas del sol y se podría decir que era "un hombre a una nariz pegado".
Andaba lentamente al estilo del abogado George de 'Los aristogatos', y su ropa del siglo pasado.
"Curioso personaje"- pensé yo.
Ahora resulta que somos tan modernos que en lugar de dar en Secretaría la tarjeta y luego que vayan llamando hay una máquina en la que introduces la tarjeta y se imprime un número, y encima hay una pantalla en la que van apareciendo los números de los pacientes y la sala en la que les toca. Al más estilo carnicería.
Cuando yo llegué, no tuve ningún problema en realizar todo ese ritual para conseguir mi numerito.
Pero entonces llegó el abuelito, más de campo que una amapola, y se quedó plantado delante de la máquina, después se giró y fue directo a la secretaria y le tendió sus papeles. La funcionaria le miró de arriba a abajo y le contestó: "Ahí tiene la máquina, ¿se cree usted distinto a los demás? Siga las instrucciones".
En ese momento unos pocos de los presentes que atendíamos nos quedamos con los ojos como platos. Pero el anciano no cambió su actitud, siguió con una sonrisa y se rio entre dientes mientras respondía: "¿Han cambiado las cosas? No me haga con mi edad aprender esas cosas nuevas, ¿no me puede llamar cuando me toque?"
Y fue la mujer y empezó a gritarle que se ya era hora de que aprendiera le gustase o no, que si ella tenía más cosas que hacer...
Ahora toda la sala estaba alucinando.
El hombre se sintió ofendido y respondió (esto es literal literal que no se me olvida): "Mire usted, puede que yo no tenga mucha educación y le parezca tonto que no sepa manejar eso. Pero yo he trabajado toda mi vida y he dado a mis hijas una carrera..." Entonces la chica que estaba sentada al lado de la máquina se levantó, cogió la tarjeta al hombre amáblemente y le explicó todo. Después le hizo sitio a su lado y estuvieron hablando.
A mi lado un hombre comentó:
"Así va España: se valora más una máquina que la sabiduría de los mayores. Y la gente no se da cuenta que esa máquina está ahí gracias a los sacrificios y esfuerzos de esa gente, de nuestros padres".
Acabamos todos medio emocionados después de estar observando cómo jugueteaba con un pequeño, pero la muchacha que le había ayudado, esa lloró a moco tendido.
Y pese a que muchas veces solo nos fijemos en lo malo, hay razones para creer en un mundo mejor.
Era por la mañana y en la sala de espera abundaban abueletes. Siempre me llevo algunos apuntes para ir estudiando o esperar que mediante ósmosis pasen los conocimientos a mi, aunque siempre acabo estudiando a la gente de alrededor. Pues, en ello estaba cuando entró un señor mayor de esos que me "dan mucha ternura", que se te encoge el corazón al verlos.
Tenía la cara morena, con manchas del sol y se podría decir que era "un hombre a una nariz pegado".
Andaba lentamente al estilo del abogado George de 'Los aristogatos', y su ropa del siglo pasado.
"Curioso personaje"- pensé yo.
Ahora resulta que somos tan modernos que en lugar de dar en Secretaría la tarjeta y luego que vayan llamando hay una máquina en la que introduces la tarjeta y se imprime un número, y encima hay una pantalla en la que van apareciendo los números de los pacientes y la sala en la que les toca. Al más estilo carnicería.
Cuando yo llegué, no tuve ningún problema en realizar todo ese ritual para conseguir mi numerito.
Pero entonces llegó el abuelito, más de campo que una amapola, y se quedó plantado delante de la máquina, después se giró y fue directo a la secretaria y le tendió sus papeles. La funcionaria le miró de arriba a abajo y le contestó: "Ahí tiene la máquina, ¿se cree usted distinto a los demás? Siga las instrucciones".
En ese momento unos pocos de los presentes que atendíamos nos quedamos con los ojos como platos. Pero el anciano no cambió su actitud, siguió con una sonrisa y se rio entre dientes mientras respondía: "¿Han cambiado las cosas? No me haga con mi edad aprender esas cosas nuevas, ¿no me puede llamar cuando me toque?"
Y fue la mujer y empezó a gritarle que se ya era hora de que aprendiera le gustase o no, que si ella tenía más cosas que hacer...
Ahora toda la sala estaba alucinando.
El hombre se sintió ofendido y respondió (esto es literal literal que no se me olvida): "Mire usted, puede que yo no tenga mucha educación y le parezca tonto que no sepa manejar eso. Pero yo he trabajado toda mi vida y he dado a mis hijas una carrera..." Entonces la chica que estaba sentada al lado de la máquina se levantó, cogió la tarjeta al hombre amáblemente y le explicó todo. Después le hizo sitio a su lado y estuvieron hablando.
A mi lado un hombre comentó:
"Así va España: se valora más una máquina que la sabiduría de los mayores. Y la gente no se da cuenta que esa máquina está ahí gracias a los sacrificios y esfuerzos de esa gente, de nuestros padres".
Acabamos todos medio emocionados después de estar observando cómo jugueteaba con un pequeño, pero la muchacha que le había ayudado, esa lloró a moco tendido.
Y pese a que muchas veces solo nos fijemos en lo malo, hay razones para creer en un mundo mejor.
Es increible, pero cierto, cada dia se valora más a las máquinas que a las personas que las han hecho posibles. Un abrazo
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