La perdiz herida
Recuerdo un día que mis hermanos y yo fuimos al parque de Los Pinos con mi padre. El más pequeño practicaba con la bicicleta, mientras los demás jugábamos en los columpios. De pronto, vimos cómo un bulto se colaba por la valla desde la carretera. A paso rápido se fue acercando, y fue entonces cuando distinguimos que era una perdiz. Pasó por delante de nosotros y vimos que estaba herida "de muerte", según alguien añadió. Mis hermanos, viendo que estando el animal herido tendrían más posibilidades de cazarla: se lanzaron en su persecución.
¡Cómo corría la perdiz! Subía la pendiente con mis hermanos detrás; con ellos aún tras ella empezaba la bajada y aterrizaba rodando en el suelo. Con mucha paciencia y carrera, conseguimos llevarla hasta el arenal de unos columpios mientras, oíamos a lo lejos disparos. En la finca que estaba al otro lado de la carretera estaban de caza, de allí, supusimos que venía aquel animal.
Ya en el arenal, tras la larga huida, la perdiz no podía más. Hablábamos entre nosotros: unos la daban por muerte y los demás (entre los que estaba yo), intentábamos convencer a nuestro padre para que fuera a buscar una caja dónde poder meter al animal.
La escena era observada desde el tobogán de al lado por un padre y su hijo. En cuanto alguno de mis hermanos gritó: "¡Se ha muerto!". El hombre se acercó, abandonando a su hijo en lo alto del columpio.
El hombre se acopló en el círculo familiar, en el que nos habíamos organizado alrededor de la perdiz, lo observó un momento y dijo:
- No os preocupéis, estos animalitos no se mueren, son muy bravos.
Mientras nosotros nos seguíamos preocupando por el lamentable estado de la perdiz, el hombre hablaba incansablemente con mi padre. Al poco rato uno de nosotros repitió que el animal se iba a morir; a lo que el hombre respondió:
- No, estos animales son muy bravos ¡Bravísimos! Los he visto con un ala y una pata rota y han salido adelante. Son unos animales muy bravos. También los he visto cómo, con una bala en el ala, han remontado el vuelo. Son bravísimos. Veréis como se recupera, son muy bravos.
Mientras nuestro acompañante repetía una y otra vez la bravura de esos animales, su hijo, que no sabía montar en bici, cogió la bicicleta de mi hermano y se puso a montar. Tan emocionado estaba su padre contándonos historias sobre las perdices que no prestaba atención a los múltiples y continuos golpes que se daba su hijo contra el suelo.
Por fin, mi padre se decidió a ir a por una caja para meter la perdiz, dejándonos con aquel hombre que no paraba de repetir lo bravas que son las perdices. Al fondo, su hijo caía de la bicicleta y volvía a levantarse una y otra vez.
Cuando llegó mi padre con la caja, y metimos a la perdiz dentro, solo pudimos certificar su muerte, por lo que el hombre, que parecía no dar crédito a lo que había sucedido, hizo discretamente mutis por el foro y no volvimos a saber de él.
Nosotros, mientras procedíamos a dar sepultura al animal, reflexionábamos sobre las cosas que habíamos aprendido ese día. La primera, que las perdices son unos animalitos muy bravos. La segunda, que por muy bravo que seas, si te pegan un tiro, te mueres. Y la tercera, que hay gente que hablará en toda ocasión, con oportunidad o sin ella.
Muy importante, desde luego, la labor de buscar y encontrar una caja. Aunque un poco lenta, eso sí.
ResponderEliminarjajaja, que buenos recuerdos
ResponderEliminarSii! :) Desde luego, y lo que nos queda por vivir Aco!
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